Mientras miles de familias en Mérida se preparan para disfrutar de una cena navideña rodeados de regalos y alegría, a las afueras de los hospitales de la ciudad, otra realidad se vive en silencio: el hambre, el frío y la angustia de quienes esperan noticias de sus seres queridos internados.
A las puertas de la T-1 del IMSS, más de 20 personas pasarán la Nochebuena y la Navidad en condiciones precarias, durmiendo en camas improvisadas de cartón o cubriéndose con viejos cobertores para mitigar el frío de la madrugada. Sentados en banquetas o recargados en paredes, muchos se quedan dormidos vencidos por el cansancio, mientras el eco de las celebraciones en otros hogares parece un lujo inalcanzable.
“El mejor regalo sería que mi papá mejore”
Lizbeth Dzul, vecina de Cansahcab, lleva dos días viviendo fuera del acceso a urgencias del hospital, donde su padre permanece ingresado sin un diagnóstico claro. “Es muy duro estar aquí; por la madrugada la heladez cala los huesos”, comparte con voz entrecortada. Lo único que desea esta Navidad es una buena noticia sobre la salud de su progenitor.
Como Lizbeth, decenas de personas enfrentan noches largas e incertidumbre, dejando en segundo plano las festividades. Para ellos, el verdadero significado de la Navidad no está en la comida ni en los regalos, sino en la esperanza de ver a sus familiares recuperarse.
Mientras Mérida se ilumina con luces navideñas y las tiendas rebosan de compradores, estas familias nos recuerdan que no todos tienen la dicha de celebrar. La Navidad, para algunos, es solo una noche más de lucha, fe y espera.
Un llamado a la empatía
La situación de estas personas invita a reflexionar sobre la importancia de la solidaridad en estas fechas. Pequeños gestos, como una taza de café caliente o una cobija, podrían marcar la diferencia para quienes pasan la Navidad fuera de casa, enfrentando la dureza de la vida.
Porque en esta ciudad, donde la abundancia y la necesidad conviven, la verdadera magia de la Navidad podría estar en mirar al otro y tenderle una mano.