Cada 2 de febrero, en la Península de Yucatán, los tamales se convierten en el platillo estrella de la festividad del Día de la Candelaria, una tradición con profundas raíces en la cultura maya. Para los antiguos mayas, este alimento a base de maíz no solo era parte fundamental de su dieta, sino que también tenía un significado ritual y ceremonial, vinculado con sus creencias religiosas y el ciclo agrícola.
Los registros arqueológicos en la región evidencian la relevancia de los tamales en la cultura maya. En el sitio arqueológico de San Bartolo, en Petén, Guatemala, un mural de hace más de 2,000 años muestra a una mujer arrodillada ofreciendo tamales al dios del maíz, representación que confirma su importancia en los rituales sagrados. En Calakmul, Campeche, otro mural retrata a una mujer entregando un plato de tamales, acompañado de la inscripción “persona de los tamales”, lo que reafirma su papel en la vida cotidiana y ceremonial de esta civilización.
Los mayas de la Península de Yucatán elaboraban diversas variedades de tamales, muchas de las cuales siguen presentes en la gastronomía regional. Ejemplo de ello son los mucbipollos, tamales horneados envueltos en hoja de plátano, que hoy en día se consumen principalmente en el Día de los Fieles Difuntos. También están los tamalitos de chaya, hechos con esta hoja nutritiva, y los tamales colados, de textura suave y preparados con una masa finamente tamizada.
La relación entre los tamales y el Día de la Candelaria en Yucatán parece ser el resultado de un sincretismo cultural. Aunque no existen registros precisos sobre el origen exacto de esta tradición, se cree que evolucionó de antiguas ceremonias mayas relacionadas con la fertilidad y la siembra del maíz. En la época prehispánica, existía la Huauhquiltamalqualiztli, una celebración en la que se repartían tamales de amaranto con quelites al final del año náhuatl, coincidiendo con el mes de febrero.
Hoy en día, el Día de la Candelaria marca el cierre del ciclo navideño en la Península de Yucatán y está acompañado de la costumbre de compartir tamales, especialmente entre aquellos que encontraron al Niño Dios en la Rosca de Reyes del 6 de enero. Este platillo ancestral sigue siendo un símbolo de identidad y unión en la gastronomía yucateca, preservando la herencia cultural de los mayas y reafirmando el valor del maíz como eje central de la vida y la tradición en la región.