Un hombre de 52 años, identificado como A.M.L., fue ejecutado con saña la tarde de este miércoles 16 de abril en el municipio de Champotón, Campeche. El crimen ocurrió en la carretera que conduce a San Antonio del Río, donde el cuerpo quedó tendido tras recibir al menos ocho impactos de bala calibre nueve milímetros. La ejecución, una más al estilo del crimen organizado, se suma como el sexto asesinato sicarial en abril y el número 28 en lo que va del 2025.
Una vez más, la impunidad marca el paso en el sur del estado: no hubo detenidos, ni persecución, ni operativo visible tras el ataque. La víctima, según fuentes extraoficiales, estaba presuntamente vinculada a la compraventa de narcóticos en la zona, lo que refuerza la tesis de un ajuste de cuentas entre células criminales que se mueven con absoluta libertad en el territorio.
El ataque fue directo. De acuerdo con los primeros reportes, sicarios lo interceptaron mientras conducía una motocicleta, la cual fue hallada poco después entre la maleza, cerca del cadáver. En la escena se recolectaron varios casquillos, pero más allá de eso, silencio oficial y nula reacción institucional.
Mientras las autoridades estatales presumen avances en materia de seguridad, los números cuentan otra historia: ejecuciones que se acumulan, cuerpos que caen y un narcomapa que se expande ante la mirada pasiva –o cómplice– de quienes deberían garantizar la paz.
Campeche se desangra lentamente, y Champotón es hoy uno de sus puntos más rojos. ¿Cuántas muertes más se necesitarán para que el gobierno actúe con seriedad?