En la tierra donde el alcalde Adrián “CaraBobo” Quiroz presume que gobierna la “novena maravilla del mundo moderno”, los verdaderos héroes —los trabajadores de Servicios Públicos— siguen esperando un aumento salarial que, según el mismo edil, “ya estaba garantizado”. Ocho meses después, lo único garantizado es que el dinero desapareció, junto con la paciencia de más de un centenar de empleados.
Mientras tanto, la primera dama municipal estrena outfit de casi $100 mil pesos, porque claro, en Tizimín las prioridades están muy bien definidas: glamour arriba, hambre abajo.
De acuerdo con los trabajadores, cada uno debió recibir al menos $2,500 de retroactivo, dinero que “se esfumó” y que suma un faltante de $250 mil pesos en total. Lo curioso —y cínico— es que en julio ya habían hecho plantón en Palacio Municipal para exigir lo suyo. ¿El resultado? Un “baxal it” político: CaraBobo salió, prometió pagar en agosto y, fiel a su estilo, cumplió… con la mentira.
Hoy, en septiembre, el retroactivo brilla por su ausencia. La explicación oficial: “no hay dinero”. La realidad: lo que no hay es vergüenza. Porque, aunque no alcanza para pagar a quienes barren las calles y recogen la basura, sí alcanza para camionetas nuevas, ranchos relucientes y casas remodeladas en nombre del “progreso familiar”.
“Ya ni nos reciben en Palacio. El alcalde se esconde, no quiere dar su CaraBobo”, señalan empleados que aseguran estar cansados de las promesas recicladas.
El enojo crece y las protestas podrían volver en cualquier momento. Mientras tanto, Tizimín sigue viviendo la paradoja de un gobierno que se dice ejemplo de bienestar, pero que castiga a los que menos ganan.
La moraleja es clara: en 2027, los tizimileños tendrán que decidir si quieren seguir pagando trajes de diseñador y ranchos de lujo… o si, de una buena vez, le ponen fin al desfile de cinismo del alcalde guinda.