El Instituto de Seguridad Social de los Trabajadores del Estado de Yucatán (ISSTEY) parece estar viviendo una crisis silenciosa, pero con consecuencias muy reales para cientos de trabajadores que, tras tres décadas de servicio, ven cómo su jubilación se convierte en una pesadilla burocrática y financiera.
Varios medios han documentado en los últimos días que el ISSTEY simplemente no tiene dinero para cubrir las jubilaciones pendientes. La situación ha encendido las alarmas entre empleados estatales que, tras 30 años de trabajo ininterrumpido, esperaban un retiro digno… y se han topado con un portazo.
La pregunta es inevitable: ¿qué está pasando con los recursos del ISSTEY? Si se cobra religiosamente una cuota obligatoria del 11% cada quincena a los trabajadores, y si recientemente hubo una inyección millonaria para rescatar las finanzas del instituto, ¿cómo es posible que no haya fondos para pagar a quienes ya cumplieron con su servicio?
Más que una crisis financiera, parece una crisis de confianza. Los trabajadores estatales viven atrapados en una maquinaria lenta y opaca, donde los trámites se empantanan, los pagos se retrasan por meses, y las prestaciones brillan por su ausencia.
Lo que debía ser un cierre de ciclo digno y tranquilo se ha transformado en un viacrucis para quienes, después de décadas de servicio, terminan siendo rehenes del desorden administrativo y la falta de voluntad política.
Hoy el ISSTEY enfrenta no solo un problema de liquidez, sino un serio cuestionamiento público. Porque no se trata de números en una hoja de cálculo: se trata de personas. De maestros, enfermeras, policías, administrativos y demás empleados que dedicaron su vida laboral al servicio público y que hoy se sienten traicionados.
El silencio oficial ante esta situación resulta cada vez más ofensivo. Porque mientras se anuncian programas, obras y eventos con bombo y platillo, los trabajadores jubilados siguen esperando una respuesta, un pago, una señal de que no fueron olvidados por el sistema.